Es por todos sabido que los cambios culturales y sociológicos que acontecen en el mundo son reflejados en mayor o menor medida en las artes que se producen en cada tiempo determinado. En este caso, y dada la temática de este blog, en el cine. De esta forma, y respondiendo en parte a las preguntas que se planteaba Nacho Vigalondo en su blog, los problemas que asolan el planeta en los primeros años del siglo XXI (guerras, hambre, terrorismo, corrupción) y la facilidad de acceso a la información sobre ellos por parte de la gran mayoría, hacen que uno casi se sienta un ser inmoral disfrutando de una película sencilla, divertida y sin profundas reflexiones. Dado lo mal que está el mundo, el cine se ve en la obligación de reflejarlo en toda su crudeza para resultar creíble y correcto. Los personajes son grises, el honor no existe, la justicia esta en venta. Haciendo un repaso de las películas que se estrenaron en los primeros años de la década de los noventa y comparándolas con las que nos presenta el cine actual podemos encontrar grandes diferencias. Mientras que en estas los protagonistas son personajes críticos, profundos, con una manera algo pesimista de mirar al mundo, con graves trastornos internos, y en ocasiones difícilmente distinguibles del villano de turno, en aquellas eran personajes valientes y heroicos, cómicos en muchos aspectos, eran personajes que transmitían alegría, coraje y sencillez, interpretados con cierta ligereza emocional dentro de películas que no se terminaban de tomar en serio a sí mismas pero que no por ello perdían el interés o la calidad. Tomando como ejemplo a personajes como el Batman de Christian Bale, el James Bond de Daniel Craig, el Perseo de Sam Worthington, el Anakin Skywalker de Hayden Christensen o el ultimo Robin Hood de Russell Crowe, (hagamos una excepción en Robert Downey jr. y en Johnny Depp que parecen ser los únicos capaces de crear personajes diferentes sin caer en la parodia) y comparándolos con el John McClane de Bruce Willis, con el Batman/Joker de Michael Keaton/Jack Nicholson, el Indiana Jones/Han Solo de Harrison Ford, el Martin Riggs de Mel Gibson o este Robin Hood de Kevin Costner, podemos apreciar una cierta regresión hacia la faceta mas oscura del ser humano, una notable relevancia de las emociones mas duras y censurables y la psicología en su parte mas introspectiva y reflexiva. Es por ello que revisitar una película como Robin Hood: príncipe de los ladrones (Robin Hood: prince of thieves, 1991) hace que nos recorra una ligera sensación de perdida, y nos haga decir aquella frase tan manida de “ya no se hacen pelis como esta”. Y es que, en cierto modo, es verdad.
La frescura, el atrevimiento, las pocas pretensiones, el sentido del humor y la aventura en mayúsculas son lo que mejor define al film de Kevin Reynolds. Este intentará alejarse estética y formalmente de las anteriores interpretaciones del personaje, grabadas en el imaginario popular en las carnes de un Errol Flynn con mallas y pluma en el sombrero, aunque sin arriesgar demasiado en el intento, lo que la convierte en el necesario paso intermedio entre estas y la nueva e hiperrealista versión del personaje llevada a cabo por Ridley Scott, que lo acerca al prototipo de héroe actual al que me refería antes. La película nos muestra el clásico enfrentamiento entre el bien y el mal sin mascaras ni engaño alguno. Las cosas están claras desde el principio. Los héroes se desenvuelven en un entorno realista, demarcado por un contexto histórico autentico (las cruzadas son nombradas en numerosas ocasiones a lo largo de la película) y por los contratiempos mundanos que les acechan (el hambre, las dificultades de parto, los problemas entre hermanos); mientras que los villanos se ven inmersos en un claustrofóbico ambiente semifantástico en donde reinan los colores oscuros y las sombras y la principal consejera del sheriff de Nottingham es una vieja bruja con un ojo de cristal. Mientras que las emociones que se respiran en el bosque de Sherwood son el amor, la amistad, el compañerismo o el valor; en el castillo de Nottingham estas serán sustituidas por el odio, el rencor, la venganza y la envidia. Esta franqueza en el planteamiento es seguida también a nivel interpretativo. Los personajes no están construidos sobre detallados matices de personalidad sino sobre tópicos generales y generalizables, algo que en ningún momento atenta contra la integridad de la película sino todo lo contrario; permite al público la rápida identificación con los mismos y acelera el camino hacia lo que realmente importa, la aventura. Del reparto, poblado de caras conocidas como es de esperar dadas las características de la producción, destaca, como es habitual en él, Alan Rickman que hace de su sheriff de Nottingham un personaje exagerado, cómico y algo amanerado, haciendo de Johnny Depp antes incluso de que este hubiese inventado su particular marca de fabrica. La excelente música compuesta por Michael Kamen (con la introducción de la inevitable balada pop de moda a cargo de Bryan Adams) que sabe conjugar la acción con la épica de forma magistral termina de redondear el producto. Es una lastima que tras una década, a finales de los 80 y principios de los 90, haciéndose cargo de las bandas sonoras de algunas de las películas de acción/aventuras a las que me refería al principio: Arma letal (Letal weapon, 1987), Jungla de cristal (Die hard, 1988), El ultimo gran héroe (Last action hero, 1993) o El ultimo boy scout (The last boy scout, 1991), por poner solo unos pocos ejemplos de su vasto trabajo, este gran compositor, parezca no haber encontrado su lugar en el cine del siglo XXI, habiendo participado únicamente en una decena de proyectos, la mayoría de los cuales podrían considerarse menores en comparación con su trabajo anterior.
Toda esta aparente simplicidad no hacen de Robin Hood una película menor ni mucho menos, sino un mas que digno film de aventuras totalmente reivindicable y del que muchos cineastas actuales tendrían mucho que aprender (estoy pensando en Michael Bay o Louis Leterrier). Las escenas de acción están rodadas con un pulso firme y accesible, destacando entre ellas el inevitable duelo final entre Robin y el sheriff de Nottingham, lleno de tropiezos, caídas, empujones y piruetas varias que lo asemejan mas a una divertida pelea de patio de colegio que a un concluyente duelo final. El tema mas trascendente del film (el único podríamos decir) es sin duda el discurso pro-hermanamiento de las religiones esgrimido principalmente mediante el personaje de Azeem (Morgan Freeman) que, a pesar de todo esta tratado de una forma demasiado tangencial como para representar un peso importante en el resultado total del largometraje.
Robin Hood: príncipe de los ladrones supone pues una entretenida propuesta que se aleja de las ingenuas adaptaciones anteriores pero sin llegar a la extrema objetividad de la película de Scott. Una película de esas que ya no se hacen, porque los tiempos han cambiado, pero de las que aún podemos disfrutar sin por ello dejar de lado nuestra particular visión crítica sobre el mundo.
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