lunes, 3 de mayo de 2010

'Banderas de Nuestros Padres', la guerra según Clint Eastwood (I)


Algo por lo que deberíamos de dar gracias todas las mañanas es por el hecho de que existan directores que, pudiendo quedarse en casa viviendo de las rentas, aun dirijan películas día tras día. Son estos directores, capaces de contar una historia corriente de una forma original sin perder el sabor de lo clásico y creando escuela por el camino, los que nos hacen darnos cuenta de lo insípida que seria la historia del cine sin ellos.

No hay ninguna duda de que Clint Eastwood es uno de esos artistas. Como actor ha creado personajes icónicos que han servido de ejemplo a muchos que llegaron después y que pasaron a formar parte inmediata de la memoria colectiva. Los solitarios cowboys que interpretara bajo las ordenes de Sergio Leone en Por un puñado de dolares (Per un pugno di dollari, 1964) o El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) y posteriormente de las suyas propias en El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1974) o Sin perdon (Unforgiven, 1992), o el violento policía que protagonizara en la saga iniciada en 1971 por Don Siegel con Harry el sucio (Dirty Harry, 1971) son personajes ampliamente conocidos por todos y fácilmente reconocibles en muchas películas posteriores. En su faceta de director poco hay que decir que no se haya dicho ya. Lo que realmente merece la pena destacar es que un hombre nacido hace 8 décadas siga en activo y haya filmado algunas de las mejores obras de este nuevo milenio como son Mystic river (Id. 2003), Million Dollar Baby (Id. 2004), o Gran Torino (Id. 2008) a un ritmo de casi una película por año. Y es dentro de esta ultima y fructífera etapa del autor donde se incluyen las dos películas de las que quiero hablaros: Banderas de Nuestros Padres (Flags of Our Fathers, 2006) y Cartas Desde Iwo Jima (Letters From Iwo Jima, 2006), dos caras de un mismo folio con mismo punto de partida (la batalla de Iwo Jima) pero con planteamientos y resultados dispares.

La batalla de Iwo Jima fue una de las más decisivas batallas de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los puntos necesarios por los que Estados Unidos tenía que pasar para derrotar a Japón, fue la primera batalla en librarse en territorio japonés, el enfrentamiento con mayor numero de bajas de la historia del cuerpo de marines y también la batalla en la que mayor número de medallas de honor (27) fue entregado de toda la historia. A pesar de todo esto, el hecho más conocido de la batalla y que es en el que se basa Eastwood para plantear la historia de Banderas de Nuestros Padres es la famosa fotografía tomada por Joe Rosenthal de seis marines izando la bandera norteamericana en lo alto del monte Suribachi. Partiendo de este punto el director nos cuenta la historia de unos héroes que jamás pidieron serlo, cumpliendo una misión lejos del frente en el que morían sus compañeros y de un gobierno que los necesitaba para elevar la moral del país y ganar una guerra a punto de finalizar.


La película comienza, como tantas otras del género, con los veteranos de la batalla de Iwo Jima contando la historia de lo sucedido a un personaje, que luego sabremos que es el hijo de uno de los protagonistas. Tras algún flashback de los soldados en la batalla, método que aparecerá a menudo a lo largo del filme, vienen una serie de escenas introductorias con un tono algo melancólico antes de comenzar con la gran secuencia del filme, un desembarco de mas de 10 minutos que sin ser lo peor de la película, si es lo menos original (algo a lo que no ayuda el ver rostros conocidos del cine bélico de los últimos años como Barry Pepper o Neal McDonough). Esta falta de originalidad no puede achacársele únicamente al director, sino a un genero, como es el bélico, que ha sido algo sobreexplotado en los últimos años, tanto el la pantalla grande como en la pequeña. Eastwood filma algunas buenas escenas sabiendo mantener la tensión hasta el momento en el que los japoneses abren fuego (magníficos planos de las armas japonesas saliendo por las mirillas apuntando a los confiados soldados americanos). A pesar de ser una buena secuencia el director no puede evitar caer en los tópicos que este tipo de producciones han estado mostrando durante los últimos años (no obstante Spilberg ha estado detrás de la mayoría de las producciones bélicas de importancia de los últimos años, incluida esta). Tomas del medico curando soldados mientras las balas silban a su alrededor, marines eliminando con granadas nidos de ametralladoras, o las interminables hileras de soldados muertos en la playa, son imágenes que sobrecogen e impactan la primera vez que las vemos, pero que a estas alturas ya hemos visto quizás demasiadas veces. Aun así, Eastwood sabe diferenciarse en algunos momentos y filmar algunos bellos planos, como las panorámicas antes del desembarco o las ya comentadas escenas desde el punto de vista de los japoneses. Merece un comentario aparte el excelente uso del que hace gala el director de los puntos de vista de cámara y de la iluminación para mantener siempre al enemigo oculto y al acecho, jamás en toda la película vemos claramente la cara de ningún soldado japonés, estrategia que cambiara en Cartas desde Iwo Jima, en donde se dará mas importancia a los soldados americanos de la que aquí se da a los japoneses.

Una vez acabado el desembarco vemos como los soldados que estuvieron presentes en la popular foto de la izada de la bandera (escena que se nos mostrara mas adelante) son llamados para retornar a los Estados Unidos e iniciar una gira nacional con el fin de recaudar dinero para pagar la guerra. Es en este momento donde la historia se aleja del terreno conocido y adquiere su propia personalidad y discurso. Se nos muestra como el gobierno utiliza a los tres únicos soldados que quedan vivos de la foto con fines publicitarios, haciéndoles perder su identidad de soldados para convertirlos en personalidades publicas al servicio del país, sin importar las mentiras que tengan que contar por el camino.


Ryan Phillipe interpreta de forma correcta aunque sin ninguna emoción a John “Doc” Bradley un medico de la marina que a la larga será el que mejor encaje toda la situación. Algo curioso pasa con este personaje, y es que hay momentos en los que adquiere un protagonismo que no le corresponde. Durante la mayor parte del metraje, la película es una historia coral sustentada por sus tres protagonistas, pero, en algunos momentos, Eastwood le da una importancia a Bradley que no tienen los demás, haciendo que el espectador no sepa quien o quienes son los protagonistas de la película. Jesse Bradford da vida a Rene Gagnon, un soldado que por su poca valía fue utilizado de mensajero durante la guerra y al que harán un favor alejando del frente. Pronto queda claro que vale mas como personaje publico que como soldado, siendo él el que se encarga de pronunciar los discursos en los mítines y de ejercer las veces de relaciones publicas del grupo. Finalmente Ira Hayes, interpretado por Adam Beach, es sin ninguna duda, lo peor de la película; el personaje más interesante y con mayor peso dramático se echa a perder por la horrible interpretación del actor. Ira Hayes es un soldado indio que se ve arrastrado a la gira de recaudación recibiendo una atención que no cree merecer, pronto empezara a beber demasiado y a tener problemas con sus compañeros y con la sociedad.

Eastwood sabe como manejar el hilo narrativo del filme haciendo que en ningún momento el espectador se pierda entre los tres tiempos que narra la película. La batalla de Iwo Jima, la gira de los “héroes” por Estados Unidos para vender bonos de guerra y ya en el tiempo presente, el hijo de “Doc” Bradley entrevistando veteranos para escribir su libro, son filmadas de formas diferentes y claramente diferenciables; tonos grises y desaturados la primera, colores realistas y variados la segunda, y oscuridad y sombras en la tercera. Si no fuera por los constantes flashbacks que mantienen la unidad entre la primera parte de la cinta y la segunda, esta casi podría considerarse un bloque independiente del entorno bélico en el que se enmarca el resto. Esto es acentuado por el hecho de que dicho bloque, la parte mas interesante del filme comienza y termina con el mismo plano. Al comienzo una imagen del tren llegando a la estación con Gagnon en primer plano saludando a la multitud que les espera y, al terminar, el mismo plano del tren, esta vez alejándose de la estación con Ira Hayes despidiéndose de sus compañeros en una estación casi vacía.


Al cerrar la parte central de la película comienza un epilogo si bien necesario, demasiado largo en el que se nos muestra el destino de los protagonistas de una forma mas extensa de lo que cabria esperar. Aun así, el director sabe acabar la película con una bellísima escena de los soldados en la playa dejando al espectador con un buen sabor de boca.

Durante toda la cinta disfrutamos de una excelente banda sonora a cargo del mismo Eastwood acostumbrado a musicar sus filmes, que se une a una excelente selección de canciones de la época. El tema central es una simple melodía de piano que deja ver las comprensibles limitaciones del director como compositor pero que en este caso se adecua a la película por su tono simple y melancólico.

En resumen la película transmite un mensaje adecuado y claro sobre la manipulación por parte del gobierno, y la alienación que este puede ejercer en las personas que utiliza para conseguir sus fines. Este es sin duda el punto fuerte de la película, restando importancia a otras subtramas que, o bien están ahí con un fin mas comercial que artístico (el encuentro bélico) o bien no están todo lo desarrolladas que podrían haber estado (la búsqueda de un padre por parte de su hijo a través de la historia de un país y las relaciones que este tuvo con sus compañeros). Banderas de Nuestros Padres tiene los suficientes elementos a favor como para convertirla en una buena película, como la interpretación de sus actores secundarios (a destacar el papel de John Slattery como ministro de finanzas), la fotografía (a cargo de Tom Stern, habitual director de fotografía de Eastwood en la ultima década), la banda sonora (aunque con un tema central algo sobreutilizado), y la sólida (como no podía ser de otra manera) dirección.


Tristemente la labor de sus tres protagonistas empaña una película que podría haberse mejorado con una diferente elección de actores. Estos estropean los mejores momentos del filme (el momento en el que, en la habitación del hotel, Keyes Beech le dice a Ira Hayes que lo devuelven al frente, y como este llora acordándose de sus compañeros muertos, pierde todo el dramatismo que, sin duda, debía de tener en el papel, debido al sobreactuado Adam Beach, hasta el punto de que produce mas pena el actor que la escena en si). Además, las escenas de guerra hicieron que la película se vendiese falsamente como cine bélico, produciendo cierta decepción en parte del público.

Todos estos defectos serán solventados en Cartas desde Iwo Jima, una película claramente superior y mucho más interesante, que con un presupuesto casi cinco veces inferior recaudo más dinero que su predecesora, demostrando que el Gran Publico sabe apreciar el buen cine cuando se le presenta con claridad y sin falsos envoltorios.

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