miércoles, 5 de mayo de 2010

'Cartas desde Iwo Jima', la guerra según Clint Eastwood (II)


Si en Banderas de nuestros padres (Flags of our fathers, 2006) Clint Eastwood nos mostraba las consecuencias de la guerra para tres soldados norteamericanos que tuvieron la suerte/desgracia de estar en un momento determinado en un determinado lugar; en Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, 2006), nos muestra las consecuencias que tiene la misma guerra para el bando contrario, en este caso los japoneses, y especialmente sobre las tropas que defendieron la isla y que perdieron la vida allí.

Poco antes de la llegada de las tropas americanas a la isla, el general Kuribayashi (Ken Watanabe) es enviado a Iwo Jima para tomar el mando de la que Japón consideraba la última defensa de la nación. Kuribayashi es un general innovador y cultivado, formado en Estados Unidos y Canadá, que pronto se ganará el desprecio y la desconfianza por parte de los oficiales destacados en la isla debido a su forma de llevar las cosas, representante de la mentalidad occidental que ya comenzaba a asolar oriente antes de la guerra y que aterrizaría con mucha mas fuerza una vez finalizado el conflicto y que el resto de oficiales, tradicionales y con mentalidad cerradamente nipona no querrá aceptar. El único oficial con el que entablara amistad es el teniente coronel Barón Takeichi (Tsuyoshi Ihara), héroe nacional y medalla de oro en los juegos olímpico de Los Ángeles en 1932. Ambos hombres representan la apertura de mente del futuro Japón occidentalizado. Nada mas llegar a la isla, el General Kuribayashi detendrá la paliza que un oficial está propinando a dos soldados por no hacer bien su trabajo. Uno de estos soldados es Saigo (Kazunari Ninomiya) que pronto comenzara a sentir simpatía por el nuevo general y se vera inundado de su innovadora mentalidad. La película variara el protagonismo como si de un baile se tratase entre los tres personajes con total suavidad y casi sin que el espectador se de cuenta, evitando que ninguno acapare el centro de atención y dándole el protagonismo a las emociones que estos sienten mas que a las acciones que llevan a cabo y corrigiendo, así, el problema que Banderas de Nuestros Padres tenia en este aspecto. Labor que se ve facilitada por el buen hacer de unos interpretes magníficos que sienten su papel y lo transmiten a la pantalla. Mención especial para un iluminado Ken Watanabe en uno de los mejores papeles del año, muy por encima del Leonardo DiCaprio de Diamante de Sangre (Blood Diamond, 2006), del Will Smith de En busca de la felicidad (The pursuit of Happyness, 2006) o del Forest Whitaker de El ultimo rey de Escocia (The last king of Scotland, 2006), ganador del Oscar ese año.


Eastwood nos presenta así, la historia de unos personajes luchando contra las circunstancias mas adversas aun sabiendo desde el comienzo el final trágico al que están abocados. Tanto los soldados que defienden la isla como el propio país de Japón son conscientes de la derrota que les espera tras el horizonte, y, aún así, haciendo honor de la mentalidad nipona mas pura lucharán hasta el final por el honor y el recuerdo, elementos que resultaran finalmente de lo mas absurdos e irrelevantes cuando Saigo, un personaje que se pasa toda la película, huyendo de la guerra, recibiendo el calificativo de cobarde por parte de todos sus compañeros, sea el único que quede con vida, en una de las batallas con mas bajas de la segunda guerra mundial.

Existen pocos elementos en Cartas desde Iwo Jima que la relacionen con su hermana y predecesora Banderas de nuestros padres. A parte del contexto histórico y espacial en el que se desarrollan, nada salvo algunos planos similares (la mayoría del desembarco) nos harían pensar en tal relación. Ni siquiera veremos en esta película la bandera norteamericana izada sobre el monte Suribachi que da origen a la anterior película, a pesar de que gran parte de la acción ocurra en dicho monte. Quizás el único elemento que puede aportar algo de unidad a ambas películas sea el asesinato de un soldado americano mediante el uso de bayonetas por parte de unos soldados japoneses, hambrientos, agotados y al borde de la locura. Este soldado es Iggy, amigo de John “Doc” Bradley a quien este encuentra asesinado cruelmente en una cueva en determinado momento de Banderas de nuestros padres. Esta fina relación es el único nexo de unión formal o estilístico existente entra ambas películas.

Una de las cosas que más llaman la atención en la comparación entre ambos filmes es la constante descripción del enemigo, en la cinta que nos ocupa, como alguien a admirar, de quien aprender y que proviene de la misma situación que los protagonistas mismos (cf. La escena en la que Takeichi lee a sus tropas la carta de su madre, que un soldado americano capturado llevaba en un bolsillo del uniforme), algo que choca con la deshumanización del enemigo vista en Banderas de nuestros padres. Mientras que en aquella el enemigo (los japoneses) siempre aparece en las sombras, con los rostros velados y en situaciones de combate, en esta, el enemigo cobra más protagonismo (cf. las conversaciones de Takeichi con el soldado capturado o el general Kuribayashi en su cena de despedida en Estados Unidos) y se le da una visión mas realista, de personas normales en una situación anormal con sus propios fallos y temores (cf. La escena en la que dos soldados americanos disparan a dos prisioneros japoneses para no tener que vigilarlos toda la noche). La reflexión de que en la guerra no hay buenos ni malos es algo ya visto en numerosas ocasiones en el cine bélico, pero que, en este caso, llama la atención por estar planteado desde el punto de vista del que estamos acostumbrados a ver como “el enemigo”.


Otro elemento diferenciador y que hace superior a Cartas desde Iwo Jima, es su mayor consistencia interna. No existen los grandes cambios de escenario y tiempo que sí ocurrían en Banderas de nuestros padres. Aquí, sin embargo, apenas hay flashbacks, y los que hay son cortos, explicativos e introducidos con unas transiciones muy suaves. Aun así, hacen que uno se pregunte si escenas como la de Kuribayashi en Estados Unidos la de Saigo con su mujer embarazada eran necesarias para entender la historia o podían haberse evitado, dejando la película mucho mas cohesionada.

La banda sonora compuesta por Kyle Eastwood y Michael Stevens mantiene una modesta relación con la compuesta por Clint Eastwood para el anterior film pero con la suficiente personalidad como para considerarla de forma independiente. Se adecua, perfectamente al tono reflexivo del filme aportando el acompañamiento perfecto para las bellas escenas de la isla.

Es encomiable, por una parte, el esfuerzo realizado por Eastwood para realizar un relato comprometido y riguroso con lo ocurrido en Iwo Jima (Una vez escrito el guión, lo llevaron a Japón y lo presentaron ante expertos en el tema y descendientes de los personajes reales para que dieran su opinión) y por otra parte el reto que supuso para el director rodar una película en un idioma que no comprende, protagonizada por actores que (en su mayoría) no hablaban ingles. Es admirable que un director estadounidense pueda rodar una película japonesa con una sensibilidad y compromiso que se echa de menos en la mayoría del cine actual.


Es, cartas desde Iwo Jima, una historia de auténticos héroes (no como su predecesora), un relato algo fatalista sobre el destino y el honor, y sobre el impacto que produjo la guerra en un país, y la evolución que tuvo que afrontar. Todo ello magníficamente plasmado mediante unos personajes excelentemente construidos y las relaciones que estos mantienen en un microcosmos, que aunque de una belleza incuestionable, llega a ser cada vez más claustrofóbico, hasta el punto de convertirse en sepulcro de muchos de ellos. Con esta hermosa película daba por finalizado Clint Eastwood un díptico sobre la segunda Guerra Mundial muy alejado de lo que estamos acostumbrados a ver en este tipo de producciones y difícilmente igualable en cuanto a enfoque y veracidad.

Sin duda un clásico instantáneo.

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