lunes, 20 de junio de 2022

Crítica. Top Gun: Maverick. Joseph Kosinski

La historia de Top Gun: Maverick (Id, Joseph Kosinski, 2022) puede asemejarse sin demasiada imaginación a la del propio Tom Cruise. Un hombre que lucha contra viento y marea para mantener una forma de hacer las cosas manual, con trabajo duro y profesionalidad, en contra de una modernidad impersonal que trata de imponerse. En el caso del capitán Pete ‘Maverick’ Mitchell se trata de pilotar aviones, hacer la guerra con pilotos bien entrenados que tomen sus propias decisiones y utilicen su instinto en vuelo, frente a la llegada de drones autopilotados. En el caso del actor, hace tiempo que Cruise dejó de ser simplemente eso para representar un modo concreto de moverse en Hollywood, un método de hacer películas, con dedicación, enfoque en la experiencia cinematográfica y estreno en salas innegociable frente a la prevalencia de las plataformas de VOD. Tanto es así que en la mayoría de proyecciones de la película, han antepuesto un vídeo del propio Cruise agradeciendo al espectador su presencia en la sala y el apoyo a la película, algo muy de otra época. Ambos personajes, el creado para la pantalla y el creado en la vida real, son reflejo claro el uno del otro. 

En esta misma desdibujada línea de identificación entre personaje y actor, la propia trama de la película no es mucho más que una galería para el lucimiento del propio Cruise. El resto de personajes que aparecen e incluso la competición misma que se forma entre los nuevos pilotos para participar en la misión final de la cinta no son sino elementos accesorios que complementan y dan forma desde distintos ángulos al personaje de Maverick. Incluso Rooster (Miles Teller), el hijo de Goose (Anthony Edwards), el radiooperador de Maverick fallecido en la primera película, y en teoría co-protagonista de la cinta, ve justificada su inclusión únicamente como elemento definitorio del propio Maverick. 


Pese a la nigromántica juventud aparentada por Tom Cruise, la película acierta a la hora de tener en cuenta los 35 años transcurridos entre está película y la anterior, Top Gun (Ídolos del aire) (Top Gun, Tony Scott, 1986). Maverick sigue siendo el tipo rebelde y contrario a la autoridad que era en aquella, pero con la madurez y serenidad que dan los años vividos. No ha logrado ascender en la cadena de mando, pero lo que se muestra aquí es un hombre maduro preocupado por sus estudiantes, capaz de enseñar y compartir y lejos del egoísmo inmaduro de la primera película. Sin embargo, es una lástima que la película no persiga esta evolución. Top Gun: Maverick tiene varias vías de servicio que de haber seguido hubieran aportado una dimensión dramática mucho más interesante al personaje protagonista. Existe el comienzo de una reflexión sobre las relaciones sentimentales en la edad adulta en los primeros encuentros entre Maverick y Penny (Jennifer Connelly) y la primera vez que este la acerca a casa en su moto, pero que queda truncada rápidamente la segunda vez que va a su casa con un chiste fácil que corta de raíz toda esta línea de argumento. Lo mismo ocurre con la brevísima reflexión que apunta la película sobre la paternidad, de Jenny con su hija Amelia (Liliana Wray), de Maverick con Rooster. El choque de masculinidades mal entendidas que existía en la película de Scott entre Maverick y Iceman (Val Kilmer) tiene lugar ahora a un nivel paternofilial que podría resultar mucho más interesante de haber sido desarrollado en profundidad. 


A pesar de esto, hay que reconocer a sus creadores una idea clara sobre la película que querían llevar a cabo, y el éxito rotundo que han logrado en su empresa. La cinta está llena de decisiones argumentales acertadas. La elipsis temporal ocurrida entre ambas películas es una de ellas. En todo momento parece que existe una película entre ambas que no hemos visto y en la que se han presentado a los personajes que aquí aparecen. Los jóvenes pilotos llegan a Top Gun: Maverick habiendo ya pasado por la escuela de aviación y con la relación entre ellos ya formada por decenas de historias anteriores. Lo que vemos entre Maverick y Penny son los últimos compases de una relación que ha durado años y que ha sufrido numerosos altibajos. La decisión de no contar esta película como una segunda parte sino como una tercera, pero con la astucia de que el espectador no quede perdido en ningún momento es una de las más acertadas de la película. 


Como lo es todo lo que rodea a la acción, al fin y al cabo el principal reclamo de Top Gun: Maverick. Posiblemente estemos hablando de una de las mejores cintas de acción en todo lo que llevamos de año, y con un tercio final tan redondo que será difícil superar en mucho tiempo. El empeño puesto en el realismo ante la cámara y el duro trabajo realizado por equipo y actores para poner en pantalla las escenas más espectaculares posibles ha sido más que documentado en las últimas semanas. Se percibe un empeño claro en hacer la acción aérea fácilmente entendible por el espectador dede el punto de vista argumental como visual. La misión que preparan a lo largo de la película y que tiene lugar al final de la misma queda perfectamente explicada desde el primer momento gracias a gráficos y repeticiones, y la elección de planos está siempre enfocada a dejar patente dónde se encuentra cada avión y qué está ocurriendo en pantalla. 

Dónde más se parecen ambas películas es en la secuencia de créditos inicial y en las escenas finales de cierre del film. Ambas, postales idílicas e irreales, podrían aparecer en vídeos de reclutamiento de las Fuerzas Armadas, recuperando así el espíritu de la película del 86. Exceptuando estos momentos y los obligados homenajes nostálgicos que aderezan el metraje, Top Gun: Maverick es una película visualmente superior y argumentalmente más compacta que Top Gun (Ídolos del aire). Y una cinta que podría —y debería— marcar el rumbo a seguir por el cine blockbuster en el futuro. Un cine hecho desde la fisicidad y el compromiso con el espectador, y poniendo la tecnología al servicio de la película y no al revés.

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