jueves, 8 de abril de 2021

Crítica. 'Nomadland'. Cloé Zhao

El primer plano de Nomadland (Id, 2020, Cloe Zhao) muestra a Fern (Frances McDormand) en un trastero de alquiler de su desaparecido pueblo, recogiendo las posesiones de su marido fallecido. Fern se aferra a una prenda suya pero es incapaz de llorar. Esas lágrimas, incapaces de salir de sus ojos, caen en cambio en forma de gotas de agua desde el tejado del trastero. El plano, bellamente compuesto muestra a Fern aferrada a la prenda, mientras en primer plano caen estas lágrimas de deshielo. Uno de los últimos planos de la película muestra a la protagonista después de un año de recorrido físico y vital a lo largo y ancho de los Estados Unidos en el mismo lugar y esta vez sí, llorando. Esos dos momentos sintetizan a la perfección Nomadland. No se trata de llegar a ningún sitio, sino de hacer todo un viaje emocional que, cientos de kilómetros después, deja a Fern de nuevo en el mismo sitio pero completamente cambiada por dentro

Igual que su anterior película, la maravillosa The Rider (Id, 2017, Zhao), Nomadland es una historia sobre alguien que tiene que hacer lo que tiene que hacer, no porque esté obligado a ello sino por una suerte de determinismo vital. Hay ciertas personas que han nacido para estar en un sitio concreto, para dedicarse a una tarea determinada, y Fern en Nomadland, igual que Brady (Brady Jandreau) en The Rider son estas personas. Ambos mantienen una lucha constante entre salir de la vida a la que se han visto abocados o abrazarla por completo. Y solo mediante esta última opción logran alcanzar la catarsis definitiva que buscaban sin saberlo


Zhao sigue a Fern mientras esta deambula por los parajes desiertos de los Estados Unidos con una perspectiva objetiva, casi documental —no por nada la gran mayoría de los personajes de la película están interpretados por personas reales que aparecen en la película tal y como son, algunos de los nómadas reales que Zhao encontró en el camino, algo que también ocurría en The Rider—. Pese a la enorme emotividad de la película, no hay nada de subjetividad en su realización. No hay ni un solo sentimiento provocado. Mediante planos siempre objetivos, la directora se limita a seguir a los personajes y son ellos quienes transmiten, a través de sus acciones y diálogos, sin intromisión de la cámara en las emociones del espectador. Zhao se limita a mostrar una realidad sin inmiscuirse en ella. 


Y la realidad que enfoca Nomadland es un área de la población norteamericana, y por extensión en cierto modo occidental, que no suele ser mostrada por la ficción: los desposeídos, los abandonados, la puerta trasera de la sociedad. Personas en su mayoría de elevada edad —pero no únicamente— que han sido despedidas, desahuciadas, que han sufrido tragedias o enfermedades y viven ahora al margen de la sociedad. Pero Zhao no hace de la crítica al sistema capitalista el centro de su película. Si bien está presente de forma tangencial a lo largo de todo el metraje, lo que realmente muestra es un grupo de personas alejadas de la sociedad, no necesariamente —o exclusivamente— por culpa del sistema económico. Fern fue despedida del trabajo, e incluso el pueblo industrial en el que vivía desapareció literalmente del mapa; pero siguen existiendo para ella oportunidades de reinsertarse en la comunidad que desde un lugar entre lo consciente y lo inconsciente ella misma rechaza. Donde ha fallado la sociedad no es tanto en dar trabajo o cobijo a estos nómadas sino en darles apoyo cuando lo han necesitado, crear un espacio y un sistema que pueda ayudarles a salir adelante desde un punto de vista emocional. Los nómadas con los que Fern se cruza en su periplo han perdido a familiares, han sido diagnosticados con enfermedades terminales o sencillamente no son capaces de encontrar un lugar adecuado para ellos en la sociedad. Como le ocurre a la propia Fern, el sistema les ha empujado a vivir una vida nómada que en muchos casos ya estaba dentro de ellos. Se trata de personas en busca de algo, pero ese algo no está al final de ningún camino marcado, sino en cada kilómetro de la carretera, en cada piedra del desierto. Una de ellas, Swankie, rememora los parajes que ha visto en sus viajes y las maravillas naturales que ha contemplado, “si hubiera muerto en aquel momento, hubiera muerto feliz. No me quedaba nada más por hacer”. Las personas que habitan Nomadland no tienen que hacer las paces con nadie más que consigo mismos. Encontrar dentro de sí el equilibrio necesario para seguir adelante.

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