lunes, 14 de octubre de 2013

'Gravity', la belleza de las 3 dimensiones


Gravity (Gravity, 2013) es una de esas (pocas) películas por las que merece el esfuerzo pagar el suplemento de las 3 dimensiones. No solo lo merece sino que se hace incluso necesario. Y esto no es habitual por más que traten de engañarnos con las letras “3D” en grandes rótulos en los carteles de cuanta producción llegue a nuestras pantallas. Ya hace unos años La invención de Hugo (Hugo, 2011) de Martin Scorsese, otra de estas producciones que mereció el pago extra,  puso sobre la mesa las inevitables diferencias que existen entre una película rodada en 3D y una película planteada en 3D. O lo que es lo mismo, el uso de la tecnología para vender frente al uso de la tecnología para narrar, para transmitir. La película de Scorsese era de las segundas, y Gravity sin duda también. Películas que han sido pensadas para filmarse de una determinada forma de modo que todas las decisiones tomadas y todos los esfuerzos acometidos han ido en una misma dirección. Esto, que puede parecer accesorio se plantea como una cuestión de importancia desde el punto de vista crítico pues no podemos juzgar una obra (al menos en toda su extensión) si el formato en que hemos disfrutado de ella nos impide apreciar gran parte de los elementos que la constituyen. Una película planteada en 3D y vista en una pantalla con un sistema no estereoscópico pierde gran parte de lo que es, de su misma esencia. Igual que un cómic pensado para ser publicado en un tomo de determinadas medidas y características leído en la pantalla de un ordenador o una pintura vista en fotografía; la pintura será la misma, pero dónde queda el trazo, dónde la textura. 


Se ha hablado del asombroso plano secuencia que abre la película definitorio del todo lo que veremos a continuación, pero quién firma se queda sin duda con el no menos fascinante plano tras el accidente que desencadena la trama que comienza con un corte general mostrándonos al personaje de Sandra Bullock girando sobre sí mismo a la deriva en la inmensidad del espacio y poco a poco se va acercando mientras oímos más y más alto el volumen de su acelerada respiración hasta llegar a meterse literalmente dentro de la escafandra para inmediatamente cambiar al punto de vista del personaje oyendo sus jadeos en primera persona y viendo lo que ella ve en su giro continuo antes de sacar la cámara de nuevo al vasto espacio abandonando a la astronauta a su suerte.  Alfonso Cuarón ha creado Gravity con las 3 dimensiones siempre en mente. Los movimientos de cámara, los encuadres, los planos, todo en ella está ideado con las 3 dimensiones como objetivo. No quiere esto decir que no podamos apreciar la belleza de Gravity sin las gafas de 3D pero un estudio adecuado de la obra pasa necesariamente por ver la cinta tal y como su creador ha querido que llegue a nosotros. Más allá de los trucos típicos y en ocasiones facilones habituales en las cintas estereoscópicas como los travelling de avance o los objetos acercándose hacia el espectador (en esta ocasión potenciados por la ausencia de gravedad que hace que nada en la película tenga una estabilidad fija, todo es etéreo todo puede ir hacia cualquier parte, igual que la propia historia por más que ésta acabe recorriendo el camino obvio), si algo destaca en Gravity por encima de lo demás esto es el movimiento de su cámara. Cuarón aprovecha con ingenio las posibilidades que le ofrece un escenario virtualmente infinito haciendo que ésta se mueva constantemente, flotando sin gravedad como cualquier otro elemento y efectuando movimientos lentos pero constantes en largos planos que entran y salen de los trajes de astronauta, de la estación espacial, de las cápsulas de salvamento, sin permitir que ningún obstáculo impida su continuo movimiento, proporcionando en todo momento un mapa completo de todo lo que está ocurriendo en pantalla desde todos los ángulos posibles convirtiéndose en narradora omnisciente de cuanto sucede.


Más allá del ingenioso y sobresaliente trabajo de dirección, en el que podríamos incluir también otros aspectos técnicos como la fotografía, el montaje y el sonido, es justo situar el resto de elementos dentro de unos límites de calidad elevados aunque lejos de las altas cotas alcanzadas. George Clooney y Sandra Bullock merecen el mérito de sostener la totalidad del metraje sobre sus hombros pero las limitaciones de ambos –quizá tanta pantalla verde tampoco ayudó a ello- les impiden cruzar esa barrera imaginaria que hubiera convertido las suyas en interpretaciones sobresalientes. Y parecido ocurre con un guión que no deja de ser un drama diseñado casi punto por punto siguiendo el manual de Hollywood con sus tics y su muy patente moralina lo que por otra parte le proporcionará probablemente mayores oportunidades de cara a los ansiados Oscar. 

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