El Demonio bajo la piel (The Killer Inside me, 2010) es el segundo acercamiento cinematográfico (el primero tuvo lugar en 1976 a cargo de Burt Kennedy) de la novela de homónima de Jim Thompson, un escritor que ha dado algunas de sus mejores historias al genero negro. En esta ocasión se trata de una película que avanza lentamente con el ritmo marcado por el pausado acento sureño de sus protagonistas, solo alterado por los esporádicos estallidos de violencia sin concesiones que marcan el carácter del protagonista Lou Ford (Casey Affleck). Estallidos que transportan la película hasta su inevitable final en una escena quizás un poco fuera de lugar, pero que cierra de forma bastante certera la historia vital de Ford –de alguna manera la explosión en la que Ford se lleva por delante a varias personas, incluyendo a su amada Joyce (Jessica Alba), representa el punto culminante de su locura y la única huída posible de una condena a muerte segura, desencadenando por vez última y definitiva al asesino interior contenido-. Pero son las escenas que se encuentran entre esos actos de extrema violencia las que nos descubren que lo que en un inicio parecía algo esporádico no lo es en absoluto, sino que proviene de recuerdos profundamente enterrados en la psique del protagonista y que, muy acertadamente, Michael Winterbottom solo insinúa con unos pocos insertos, librándonos de excesivos flashbacks que hubieran entorpecido la evolución de la historia.
La ciudad petrolífera de Central City situada en el Oklahoma de los años 50, es –como suele ser habitual en el cine negro- elemento fundamental para entender la historia y los personajes que en ella se mueven, que no son sino extensiones de la ciudad misma. No es posible concebir a un personaje como el de Lou Ford fuera del entorno en el que vive y se mueve, del mismo modo en que no podría existir un Sheriff como el estoico Bob Maples (Tom Bower) fuera de ese tranquilo pero engañoso lugar. Quizás por esto el fiscal Howard Hendricks (Simon Baker), que en cierto modo es un “pez fuera del agua” al ser el único no-habitante que deambula por la historia sea el único capaz, desde su posición privilegiada, de mirar en donde otros ven normalidad y hacer las preguntas que a otros no se les ocurrirían hasta descubrir la verdad. Y es que se trata de una ciudad llena de dualidades, comenzando por el propio Ford, a veces frío asesino, a veces respetado ayudante del sheriff a quién los habitantes piden consejo y ayuda y llegando hasta el Sheriff Maples dividido entre apoyar a Ford a quien considera uno de sus mejores hombres o hacer caso de esa intuición que lo aviene en su contra o Amy Stanton (Kate Hudson), la novia de Ford que, cuando estamos convencidos de que se trata de esa chica decente con el objetivo es casarse y formar una familia, descubrimos los moretones provocados por los azotes consentidos que recibe de Ford. Incluso la música, mezcla perfecta de clásicos country y opera clásica no hace sino acentuar esas dualidades que enmarcan la película y enturbian la moral de sus personajes -“Tengo un pie a cada lado de la valla. Lo tengo desde hace tiempo y no puedo hacer nada, salvo esperar o partirme en dos.”-. Quizás por esto los personajes más puros, más faltos de doblez, como la puta encarnada por Jessica Alba o el no muy espabilado hijo del terrateniente (Jay R. Ferguson) sean los primeros en morir, incapaces de encajar en ese mundo de engaños e insinuaciones para el que otros han nacido como Joe Rothman (Elias Koteas) (actor que, como el buen vino, no hace sino mejorar a cada año que pasa) que sinuosamente va moviendo los hilos y empuja a Ford hacia su destructivo final.
1 comentario:
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