Es curioso cómo películas que en su día pertenecían o al menos rozaban la ciencia-ficción, vistas hoy en día han perdido totalmente ese componente, debido a los avances científicos que hacen que lo que un día pareció imposible sea ahora posible e incluso probable. Esto es lo que pasa con Los niños del Brasil (The Boys from Brazil, 1978) de Franklin J. Schaffner que, sí bien no podía adscribirse claramente al género de la ciencia-ficción, sí que lo rozaba de manera más o menos clara. La película, basada en una novela de Ira Levin, nos cuenta la historia del Doctor Joseph Mengele miembro del partido nazi que, una vez acabada la guerra, prosigue junto a una encubierta organización nazi con sus trabajos científicos. Su principal proyecto consistió, aun en vida del fuhrer, en tomar células de la piel del dictador e introducirlas en 94 embriones previamente preparados. Así obtuvo 94 copias exactas de Adolf Hitler. Sabedor de que la identidad genética no es suficiente para conseguir a un individuo idéntico, sino que también es necesaria la identidad contextual, Mengele escogió a 94 familias en las mismas circunstancias que la del propio Hitler y les entrego a un niño a cada una. 14 años después, Mengele junto con su organización se dispone a asesinar a los 94 padres puesto que el padre de Hitler fue muerto cuando el cumplió esa misma edad. Con este punto de partida, Los niños del Brasil se convirtió en una de las primeras películas en tratar temas como la clonación y duplicación humanas que posteriormente han dado para numerosas historias escritas o filmadas. Llama la atención el hecho de que una historia como esta dé más miedo en pleno siglo XXI dada la posibilidad de sus premisas que en 1978 cuando se estrenó, que simplemente era una historia de ficción más.
La película comienza con Barry Kohler -un primerizo Steve Guttemberg algunos años antes de saltar a la fama con Loca academia de Policía (Police Academy, 1984)-, un joven que investiga las andanzas de un grupo de nazis en Paraguay. Pronto se pondrá en contacto con Ezra Lieberman, famoso cazador de nazis, para que le aconseje sobre los pasos a seguir, pero este, creyendo que se trata de otro joven periodista queriendo hacerse un nombre con noticias sobre los nazis que todos saben, hará caso omiso de sus advertencias. Esto cambiará cuando Kohler le informe de que tiene una grabación de una reunión secreta del grupo nazi con el doctor Joseph Mengele, pero ya será demasiado tarde, pues, Kohler será atrapado y asesinado antes de que pueda divulgar su historia. Es en ese momento en el que el protagonismo pasa de Guttemberg que lo había acaparado durante los primeros minutos del metraje a ser compartido por Gregory Peck en uno de sus últimos trabajos para el cine y Laurence Olivier en los papeles de Mengele y Lieberman respectivamente. Pronto quedará claro el parecido entre ambos hombres, enfrentados en extremos opuestos pero de psicología similar. Ambos son hombres que han envejecido sin saber pasar página a sus vidas anteriores, Mengele sigue viviendo en el III Reich a pesar de sus esfuerzos por instaurar el IV, cree que los nazis siguen teniendo el poder absoluto y no entiende el nuevo mundo en el que se mueve. Vive en una gran finca en Sudamérica en donde es el amo y señor y es incapaz de comprender el hecho de que sus colaboradores quieran detener el proyecto debido a las investigaciones de Lieberman. Este, por su parte es un hombre que alcanzó cierta fama antaño resultando crucial en el encarcelamiento de varios criminales de guerra nazis pero al que nadie escucha ya, es un hombre que lucha contra el tiempo, por conseguir otro fogonazo de gloria cazando a algún nazi, a este respecto son reveladoras dos frases de Lieberman: la primera cuando le dice a su hermana “debo estar haciéndome viejo” y ella le responde “No tienes tiempo”; y la segunda cuando, ante su insistencia para que su colaborador de la agencia Reuters investigue todas las muertes de personas de 65 años, este le dice “¿Tiene idea de cuantos hombre de 60 años mueren cada día?” a lo que Lieberman responde “Trato de no pensar en ello”. Ambos son hombres obsesionados con sus respectivos trabajos, Mengele es un científico apasionado con su proyecto hasta el extremo de atacar a sus propios colaboradores cuando cree que lo han traicionado. En el otro extremo, Lieberman sigue investigando persistentemente los crímenes de los nazis aun a pesar de no contar ni con ayuda, ni con dinero, ni con tiempo. También el camino que siguen ambos personajes es similar, ambos parecen tener gran poder al principio del film –especialmente Mengele- pero hacia el final de la historia queda patente que tanto Mengele como Lieberman están embarcados en sus propias misiones sin apoyo, ni reconocimiento alguno. El trabajo de Peck y de Olivier realza el gran perfilado de ambos personajes constituyéndolos en una base más que sólida sobre la que asentar la historia, no obstante ambos se llevaron sendas nominaciones para los Oscar y los Globos de Oro.
Podemos encontrar en Los niños del Brasil ciertos fallos como algún que otro plano deliberadamente efectista o el excesivo tiempo que dedican a explicar todo el tema de la clonación y la ingeniería genética (por otra parte excusable, dado el hecho de que en aquel tiempo no estaba tan a la orden del día como ahora), pero sin duda es una película de gran calidad con algunos planos excelentes (cf. el plano-secuencia que comienza en el exterior de la finca del lago de Mengele y acaba en los inquietantes ojos azules del niño negro muestra más de la psicología y los métodos del Doctor Mengele que todo el resto de la película; o el plano rodado desde la base del sótano de la casa del niño en el que se ve la amenazadora silueta de Mengele a contraluz a lo alto de la escalera), un ritmo muy bien dosificado y unas actuaciones perfectas. La cinta está llena de momentos excelentes pero cabe destacar la escena final en la que el niño se encuentra dentro de un cuarto de revelado de fotografía, con la luz roja iluminando de forma tenue la habitación, mientras revela las fotos que ha hecho al cadáver de Mengele. No hay manera de saber si cuando el niño dice “Loco” se refiere a Mengele o a él mismo. Es una escena sobrecogedora que fue cortada de la copia norteamericana antes de su estreno, y tuvo que ser recuperada posteriormente para los pases en televisión y las copias europeas. Esta última escena enlaza con un tema subyacente en toda la obra que es la posibilidad o no de clonar la personalidad de alguien junto con su cuerpo, es decir de “fabricar” personas a antojo. La intención de Mengele era modificar todas las posibles variables en la vida de los muchachos a fin de conseguir la copia más perfecta de Hitler. El resultado final que muestra la película no es exactamente el esperado por el doctor pero desde luego sí se ve influenciado por sus acciones, el niño acaba siendo un personaje violento y carente de cualquier tipo de empatía. Este es uno de los elementos que confiere a la película una mirada agridulce hacia el género humano, igual que la pelea entre Lieberman y Mengele, dos hombres educados e inteligentes que se ven arrastrados hasta el barbarismo mas primitivo dándose arañazos y golpeándose como animales mientras oímos los ladridos de los perros de fondo.
El resultado es una película sólida y muy bien narrada, con un contenido más denso de lo que se aprecia a simple vista y con unas actuaciones que la dotan de una vida y personalidad de las que de otra manera hubiera carecido. Además podemos considerarla pionera en el campo de la clonación y manipulación genética y por lo tanto precursora en cierta manera de numerosas películas que vendrían después.
3 comentarios:
Criticas que expliquen demasiado la ingeniería genética pero tu no la has entendido... no ponen células de Hitler en embriones... sino núcleos de células de Hitler en óvulos!
Hola si hitler no lo hubiera permitido la guerra no habria llegado al final.el hacho de que aishman y menguele eligieran trabajos separados hace referencia de la carencia de politicas de enbergadura que hitler hubiera logrado si no fuera asesinado.
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