viernes, 11 de enero de 2013

'La vida de Pi', un exuberante viaje espiritual


[Advertencia: En el presente texto se revelan detalles importantes de la trama de la película] 

La vida de Pi (Life of Pi, Ang Lee, 2012), basada en la popular novela homónima de Yann Martel habla de muchas cosas. De la soledad, de la familia, de la búsqueda de un camino espiritual propio, de Dios, del respeto a la vida. Pero lo que hace de ella una película especial es que habla de todo eso, y lo hace bien, con una narrativa fluida y técnica precisa, haciendo de ella una de las grandes películas del año que recientemente acabamos.

La vida de Pi es una película cerrada, con una circularidad perfecta. Con esto no me refiero a que tenga un final cerrado, pues no es el caso, sino a que en su tramo final vuelve a retomar los temas planteados en su inicio, cerrando el círculo y dando un halo de coherencia global a la cinta. Uno de los grandes temas de La vida de Pi es la búsqueda espiritual del protagonista, la búsqueda de un camino religioso a seguir –hasta el punto de pertenecer su protagonista a varias religiones al mismo tiempo ante la burla de su hermano (Mohd Abbas Khaleeli) y padre (Adil Hussain). El mejor ejemplo de esto probablemente está en la sucesión de escenas en las que un joven Pi (Ayush Tandon) acude diariamente al sacerdote católico de la iglesia de un pequeño pueblo indio acosándole con preguntas sobre Cristo, conceptos que a un niño se le antojan extraños y difíciles de comprender. Podríamos decir que la búsqueda de Pi es la búsqueda de Dios y su naufragio es el camino que le permite encontrarlo. Un camino sembrado de dudas –no obstante es el mismo Pi quién en un momento del relato afirma que es la duda la que mantiene viva la fe-, pero también de certezas, al menos certezas para Pi, que cree ver a Dios e incluso habla con él en determinados momentos. Esta búsqueda de Dios que comienza con un joven Pi entrando en una iglesia para beberse el agua bendita a instancias de su hermano, queda perfectamente recogida en la frase que un Pi ya adulto (Irrfan Khan) dice a su interlocutor y que define la totalidad de la película, haciendo que el espectador repase lo que ha visto desde un nuevo prisma, entendiendo lo que antes no entendía y dudando de lo que creía cierto: “Lo mismo pasa con Dios.” Una frase que retoma la búsqueda espiritual planteada a principio de la cinta y de la que quizá el espectador se había olvidado ante la exuberancia de sus imágenes pero que en ningún momento ha sido abandonada. En la parte final del relato de Pi, cuando tras meses a la deriva llega a las costas de Mejico, Richard Parker, el tigre de Bengala que lo acompaña (o no) durante su particular odisea, se adentra en la selva sin tan siquiera volverse a mirar por última vez a Pi, sin despedirse, como éste amargamente recuerda. Esta desaparición en la jungla, este abandono es la muestra definitiva de que Pi ha alcanzado la revelación que andaba buscando, ya no necesita compañía ni guía en su viaje, tras todo lo vivido, por fin está capacitado para seguir su camino por su cuenta cumpliendo en cierto modo lo que el Pi adulto ha asegurado al escritor (Rafe Spall) al que cuenta su relato antes de comenzar, “creerás en Dios.”


La fabulosa historia del naufragio de Pi la oímos de sus propios labios mientras se la cuenta a un joven escritor en busca de una historia fascinante. En el tercio final de la cinta descubrimos una segunda historia, una más realista, más probable quizá. Mientras que el protagonista afirma que el relato “del tigre” es lo que realmente sucedió, nuestra lógica racional, plasmada en la pantalla mediante el personaje del escritor, nos dice lo contrario. Pero al final, lo importante no es qué historia es la verdadera, o si hay una historia verdadera; lo importante, parece decirnos Lee, es la elección vital que hace uno mismo de su propia vida, de qué manera quiere entender e interpretar su propia vida. Puesto que el principio, el final y los momentos destacados del camino van a ser los mismos, ¿de qué manera queremos interpretar todos esos momentos, esas emociones?, incluso también, ¿cómo queremos presentárselos al mundo?


La vida de Pi es una película de una gran riqueza visual. Más allá de la espectacularidad digital tan de moda en años recientes, Lee, con ayuda de un equipo técnico sobresaliente, con mención especial al responsable de fotografía Claudio Miranda, presenta unas imágenes bellísimas pero con cierto aroma a clásico. Banda sonora, montaje, diseño de producción, todo en la película contribuye a hacer de ella lo que es, una hermosa fábula sobre la vida y el espíritu con diversas capas y probablemente diversas interpretaciones, pero sabiendo mantenerse a distancia de esa aureola de “más importante que la vida misma” que rezuman otras producciones similares.

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